Te escribiré un juego de letras. (Pt.2)


Un juego de letras más.

Isabella
Aquella tarde de primavera, mi corazón se vino abajo.  Hoy leo tu carta y me pregunto cómo no pensar en ti. Continúan diciéndome que deje de pensarte, que lo que sucedió no ha sido culpa mía, pero claro que lo fue.  Puedo engañarlos diciendo que les creo, pero yo sé que lo fue por mí, que lo fue en cada parte de mi corazón.

Mi cuerpo se desarma por estar junto a ti, por besarte una vez más, leerte tu libro favorito una y otra vez, escuchar las mágicas historias que salen de tu pensar, sorprenderme una vez más por la inteligencia de tu ser, cantar junto a ti, tomar tu mano.  Todos los pequeños detalles que me hacían amarte cada día.  Pero hoy ya no puedo, Bella.  Hoy estás ausente, y es verdad que yo también lo estoy.

Estoy pensando en ti aunque sé que no debería. Mis palabras se revuelven y mi mente es un conflicto; pero te pienso.  Te pienso a cada instante, al caminar por las calles, al imaginar tu mano sobre la mía.  Tu boca, tu boca hablando.  Tus ojos, esa mirada que tanto me gusta. Tu dulzura, tu increíble dulzura que me hacía cada vez amarte más. 

Hoy trato de no pensarte, de no recordar todos los momentos que un día tuvimos. Trato de olvidar aquella vez en el jardín, cuando te confesé mi amor, el momento en el que sentí todo esto otra vez por ti. Y me veía en tus ojos, en un futuro contigo, de verdad lo hacía, tal vez no para siempre, porque lo nuestro nunca era para siempre.  Pero estaba seguro, estaba confiado de que en un futuro nos volveríamos a encontrar.  Pero ahora no es así, dejé  pasar el momento cuando lo tuve en mis manos por todo este tiempo.  Hoy ya no estás, mi dulce Isabella, y no puedo dejar de pensarte,  ojalá me hubiese arriesgado.  Ojalá hubiese tomado las riendas por ti, dejarlo todo para amarte.

Y es por eso que te escribo una vez más, contando mis más remotos sueños, mis más preciados recuerdos, no los llegarás a leer, es verdad. Pero una vez me dijiste que si me sentía mal, que escribiera, no con la intención de que hubiese un lector, que escribiera para mí, y eso hago, pero te tengo en mis pensamientos.

Hoy estoy convencido que te amé como pude, y que fue sincero, que te di cada parte de mí.  Que enamorarme de ti fue todo un privilegio, el conocer cada pedazo de ti, como el andar de tus ideas y cómo te contradecías al hablar, tu seguridad absoluta bajo cualquier campo, pues defendías tus ideas con efusividad, lo amarillenta que lucía tu piel en las mañanas, tu dulce voz al cantar. Me encanta haberte conocido tan bien, saber que no te gustaba salir a correr ni hacer ejercicio, pero que te encantaba bailar y que cuando reías, tu voz se tornaba mas aguda de lo normal.  Leer cada una de expresiones al punto de memorizarlas para repetirlas cientos de veces en mi cabeza, interpretar tus berrinches y amarte cada vez un poquito más,  conocer tu mirar, por sentir la paz y tranquilidad que brindabas con tan solo una mirada.  ¡Carajo, Isabella! Soy jodidamente afortunado por ser el objeto de tu afecto, por ser la persona a la que mirabas con tanto amor y ternura;  por ser yo quien disfrutó de tu compañía y guardar en mi corazón cada una de tus sonrisas.

Hoy no estás, Isabella, y eso me cala hondo. Debía ser yo quien muriera, no tú.  Ni siquiera debería ser yo, deberíamos estar juntos ahora.  Aquel verano de hace cuatro años debí haberme aferrado a ti tan fuerte que no fuese posible soltarte. Y solo de ese modo no te habrías aventurado al paracaidismo por tu cuenta, estaría yo ahí para ti, donde se suponía que me tendría que haber quedado.

Aquella tarde de primavera, mi madre fue quien me lo dijo.  Mi corazón se vino abajo y olvidé cómo respirar.

Hoy te extraño un poco más de lo habitual, mi Bella. Ya pasaron dos años desde aquella primavera y aún te amo. No quiero olvidarte, amada mía.  Quiero recordarte siempre con esa alegría que tanto te caracterizaba, con tu mirada dulce y coqueta, tus manos sobre las mías, tu cuerpo junto al mío, tus saltitos cuando te emocionabas, tu emoción al retarme cada día, tus gestos pícaros, tus mejillas sonrojadas, tu amabilidad y tu inteligencia reflejada.

Cada día que pasa, te extraño un poco más, me haces falta, más de lo que deberías. Pues siempre creí que estaríamos juntos por siempre. Hoy caminaba mientras bebía un café de los que tanto despreciábamos, cuando pasaba por tu casa. Decidí entrar y encontré tu carta.  Eras una estupenda escritora, Bella. Y no pudiste cumplir tu sueño por cumplir el mío.  Por eso me aseguraré de cumplir el tuyo. Estoy sentado en tu escritorio, aquel donde solías escribirme.

Y te escribiré el cuento más bonito en esta carta, te dedicaré las palabras más románticas e inventaré historias con una pizca de la realidad.  Hoy te pienso un poquito más...



Nicholas Van.

Comentarios

Entradas populares