De café, buenas charlas y un par de miradas coquetas.
No nos gusta hablar de amor hasta no estar seguros que es plenamente correspondido por el objeto de nuestro afecto.
Se nos olvida que el amor es unilateral, que te enamoras por el gusto de hacerlo, y, que amas, porque se te da la chingada gana.
Nos aterra pensarlo, y, sobre todo, sentirlo, por miedo a la vulnerabilidad, a sentirnos rotos, frágiles.
Quedamos pocos poetas, románticos, que vamos por la vida presumiendo no buscar nada, hasta encontrarnos con alguien con quien lo queremos todo.
Y por el día vamos jugando a los locos enamorados, a las flores y corazones, el café y las buenas charlas. Pero, por las noches, en la soledad, jode, asusta, da miedo volver a sentir, porque, aunque las heridas cicatrizaron, quedaron las marcas, fijas, adheridas a la piel, y las sientes tan tuyas, que te recuerdan el peso que llevas cargando; el costal invisible sobre la espalda.
Y, entonces, llega alguien, que, sin saberlo, aliviana la carga, que observa las cicatrices y no busca indagar sobre la herida, que prefiere mantenerla cerrada. Descubres que quieres ayudar a cerrar heridas, y esperas que una vez logrado, se mantengan así. Y al mirarte al espejo, te observas esperando que te sigan eligiendo, y sonríes pues te sienta bien.
Reclamamos los tiempos, argumentando que no es el momento, sin darnos cuenta que estamos justo donde deberíamos estar. Pues soy tan mía, que hablar de amor no resulta irrisorio.
Y, ya no quiero drama, no busco sobre pensarlo, darle vueltas en la madrugada, ponerle nombre, establecer reglas y fijar fechas. No, quiero seguirte coqueteando con mi intento fallido de hacerlo discreto; besarte con necesidad cuando creemos que nadie nos observa. No pensarlo mucho, sin apresurarnos, solo dejando que todo suceda, sin miedo, sin esperar nada más que risas, y así, seguir disfrutando de las cervezas, el tequila, el café, las buenas charlas y las miradas coquetas.
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