LAS QUESADILLAS.

A esto tememos al enamorarnos, al llanto silencioso en el baño, la ansiedad y el profundo dolor en el pecho que no sabes de dónde proviene, solo que jode, y mucho.

Cariño, ¿y si hacemos quesadillas?
En estos días de encierro, todo se siente un poquito más.
Duelen los gritos ahogados en silencio, terriblemente frustrados por la falta de coraje e intención, las miradas coquetas y la ausencia de café por las mañanas; que el poeta se esté esfumando al paso que se convierte en poema.

Me dueles tú y tu palabrería carente de razón y cordura; que efectivamente, el amor perdiera en la lucha contra tu venganza; haber perdido la puta razón por quien me haría sentir poesía de la mala. Ya no poder ir al super, ni contigo, ni sin ti. Haber tirado aquel vestido rojo, dejar pasar desapercibido un 7 de septiembre. Que ya no caminamos juntos, tú de frente y yo de espaldas; que me has dejado sin poesía, pues ya no canto mientras cocinas, que aún no entiendo las reglas de este juego al que le apodamos amor, y que tú juegas sin ellas.

Duele Madrid, su situación y que, ¡carajo!, ya no nos escaparemos juntos. No aguanto la espalda por continuar cargando este fantasma transformado en iridio, que ya no lleva tu nombre y apellido, sino, el mío.

Que las palabras han dejado de ser suficientes, que me esmeré tanto en ser mía que me volví a perder, ya que, a pesar de saberme libre poesía, me encuadre en una palabra que carece de sentido, intenté volverme norma.

Duele, que después de todo y de tanto, se nos quemaran las quesadillas.

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