Flores marchitas.

 Quería que me rompieran el corazón, bueno, no hablaba en serio. 




El amor llega de distintas formas; en momentos específicos que te roban la mirada. 


A mí me llegó con una mirada arrogante y una sonrisa que te cagas. El gesto despreocupado y el cabello castaño ligeramente ondulado. 


“Esas cosas solo suceden en cuentos” se burlaban. Tenían razón, nuestra historia era de cuento, de esos malos. Literatura de la que aburre, monótona e insensata. Yo, la monótona. Yo, la insensata. 


Llegó un 13 de Diciembre, se marchó a los 3 días con la misma rapidez del periódico por las mañanas. Con mi corazón en una mano y el gato en la otra. 


Se nos olvida que el amor es unilateral, que te enamoras por gusto y, que amas, porque se te da la chingada gana. 

El llegó a inundarme de ganas; de quererle, de preparar café por la mañana; de los besos y los casi besos. Se convirtió en el sabor del vino por la noche y las miradas llenas de palabras. Ahora veo, será más sencillo dejar el vino que dejar de pensarle. 


Samuel llegó para quedarse a pesar de haberse marchado. Él, viajero, de los románticos, músico, de gran oído, fácil de querer, inteligente de verbo y no solo de palabra. 


Yo, sedentaria, el mismo departamento desde hace 6 años, rentando las habitaciones restantes a la mía. El gato, el único huésped constante hasta la partida, con Samuel.

 Mi cabello largo y ondulado, mirada perdida, de aquellas que anhelan ser encontradas. Cejas retadoras y el amor en la cabeza. 


Solo él se encierra en un departamento por 2 días en un pueblo mágico. Que yo era la causa, bromeaba. 


El primer día, como cualquier otro, llegó directo a la habitación, de ahí, no salió. Le ofrecí café, sonrió. Le miré, sonreí.


A nadie le gustan los Miércoles, pero el segundo día a su lado, era miércoles, ahora añoro el ombligo de la semana. 

Desayunó conmigo y me observaba. “Ay, cariño, que yo no bebo el café frío.” Yo, mi mano y sonrisa nerviosa...el café terminó en su regazo.  Sonrió a pesar del calor, perdió la mirada arrogante dándole paso a su intento fracasado de disimularlo. 


Apenada lavé su pantalón. <<Chingada, que no eran chicles, el bulto,que en el bolsillo resaltaba.>> 


Charlamos, de aquello que no hablan dos desconocidos. Intercambiamos anécdotas, pensamientos fugaces, y, otros, no tanto.  Música, yo a voz y él a guitarra. Una copa de vino y tres botellas más. 

Hoy adornan con flores marchitas. 


Si existe el amor a primera charla; lleva Samuel como nombre y González como apellido. 

Pasó la tarde, el vino hizo efecto, me comí aquello del bolsillo, no eran chicles. Mis experiencias amorosas quedaron como verso de Coelho, frente a Benedetti. 


Si alguien se enamoró más, fue el gato. Fue recíproco, pues el Jueves por la mañana, Samuel partió de mí, llevándose de la mano mi corazón y al gato. 

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