¿Y qué hace un poeta estudiando Derecho?
No me preguntes de títulos y contratos, de eso ya me veo inundada en las aulas.
Háblame de amor, de flores y corazones. Cuéntame por qué me frecuenta cada vez más tu mirada, y yo te explicaré el porqué de mi sonrisa.
No me firmes nada como garantía, pues aunque poco te conozco, no quiero poder dudar de ti.
No le pongas nombre, no me busques un apodo, que yo no pienso hacerlo. Y si te preguntan, respóndeles que somos jodidamente felices, que nos empapan las palabras y nos sobran los silencios.
No me hables de reglamentos, acuerdos y papeles, me gustas más con tus charlas vagas y aquellas profundas; me gusto más contigo, me gusto más poeta.
Por favor, no me pongas límites, no me encuadres en una palabra que carece de sentido, no intentes volverme norma cuando me sientes libre poesía.
No me quieras creer de tu propiedad, no me pidas algo a cambio, como si de compra-venta estuviésemos charlando. No, mejor contágiame de tu gusto por el café, las buenas charlas y los buenos besos.
¿Qué hace un poeta estudiando derecho? ¿Qué haces tú en la mente de este poeta sin remedio?
Sé tan tuyo como puedas ser de lo que te apasiona, y luego, compártete conmigo. Vuélveme estrellas y canciones, pensamientos fugaces, al despertar, antes de dormir y cuando el café. Conviérteme en letras, que le tengo tantas ganas al ser el poema y no solo el poeta.
Cuando te pregunten, y si insisten, platícales del canto en el carro, del insomnio y el hambre en las madrugadas. También háblales del miedo y de cómo lo enterramos, de vez en cuando.
Cuéntales que estudio Derecho, que soy actriz, que todo el tiempo estoy danzando. Vamos, ríete un rato de mi estatura y de que jamás me quedo callada, que escribo poesía, aun si es de la mala y que te has convertido en mi recurso literario favorito, por ahora.
Respóndeles, si no les parece suficiente que ya te quiero, pues te quiero en mi vida, y eso ya es querer.
Háblame de amor, de flores y corazones. Cuéntame por qué me frecuenta cada vez más tu mirada, y yo te explicaré el porqué de mi sonrisa.
No me firmes nada como garantía, pues aunque poco te conozco, no quiero poder dudar de ti.
No le pongas nombre, no me busques un apodo, que yo no pienso hacerlo. Y si te preguntan, respóndeles que somos jodidamente felices, que nos empapan las palabras y nos sobran los silencios.
No me hables de reglamentos, acuerdos y papeles, me gustas más con tus charlas vagas y aquellas profundas; me gusto más contigo, me gusto más poeta.
Por favor, no me pongas límites, no me encuadres en una palabra que carece de sentido, no intentes volverme norma cuando me sientes libre poesía.
No me quieras creer de tu propiedad, no me pidas algo a cambio, como si de compra-venta estuviésemos charlando. No, mejor contágiame de tu gusto por el café, las buenas charlas y los buenos besos.
¿Qué hace un poeta estudiando derecho? ¿Qué haces tú en la mente de este poeta sin remedio?
Sé tan tuyo como puedas ser de lo que te apasiona, y luego, compártete conmigo. Vuélveme estrellas y canciones, pensamientos fugaces, al despertar, antes de dormir y cuando el café. Conviérteme en letras, que le tengo tantas ganas al ser el poema y no solo el poeta.
Cuando te pregunten, y si insisten, platícales del canto en el carro, del insomnio y el hambre en las madrugadas. También háblales del miedo y de cómo lo enterramos, de vez en cuando.
Cuéntales que estudio Derecho, que soy actriz, que todo el tiempo estoy danzando. Vamos, ríete un rato de mi estatura y de que jamás me quedo callada, que escribo poesía, aun si es de la mala y que te has convertido en mi recurso literario favorito, por ahora.
Respóndeles, si no les parece suficiente que ya te quiero, pues te quiero en mi vida, y eso ya es querer.
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